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Mi experiencia en los cursos de repostería de Viena Capellanes

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Para los que no son de Madrid, explicar que Viena Capellanes es una pastelería de las de toda la vida. Y no es una manera de hablar, es que ya estaba mucho antes de que yo naciera, y de que naciera mi madre, incluso mi abuela. Ha cumplido 140 años, así que hablamos con propiedad si la definimos así. Y también lo es porque, a pesar del tiempo transcurrido desde que la abrieron, sigue siendo una pastelería con productos de calidad. Artesanos, en el mejor y menos manoseado sentido de la palabra. A pesar de haber crecido muchísimo desde aquella primera tienda en la antigua calle Capellanes (hoy la calle de la Misericordia), aún conservan el toque manual en muchas de sus preparaciones y, lo que es más importante, la idea de que la calidad de las materias primas y el producto acabado es un factor fundamental que no se debe perder por el camino del beneficio. Y eso es tan sumamente raro, que destaca y asombra aún más en un mundo en el que se alardea de "natural", "artesano" o "casero" con una osadía y poca vergüenza que espeluzna. Y otro dato curioso: Viena Capellanes nunca fue una pastelería de barrio, en el sentido de barata y de calidad regulera, pero tampoco de las carísimas e inaccesibles. Y así sigue. Una relación calidad-precio más que buena, que mantienen sin subirse a la parra cuando, de hecho, podrían hacerlo. 

Todo esto, para contar que además de ofrecer sus productos en un buen puñado de tiendas por todo Madrid, Viena Capellanes decidió hace dos años compartir su sapiencia con quien quiera aprender, y han abierto una escuela. En ella, dan cursos de tres horas, no sólo de dulces, sino también de cosas saladas, porque también tienen su servicio de catering, sandwiches y comida para llevar. Los maestros pasteleros, cocineros y panaderos de la tienda, enseñan a preparar lo mismo que una puede encontrar en las tiendas. Sin pamplinas de "es un secreto que se transmite de generación en generación", ni similares. Con claridad y ganas de compartir. Yo, que he aprendido sola esto de cocinar, no me veo ya yendo a una escuela, pero sí que me animo cuando la cosa es breve y centrada en asuntos que me interesan, y así pasó con los cursos de Viena. La pastelería y la bollería son dos de mis grandes lagunas, por puro respeto a la técnica y al producto final (es lo que tiene ser muy perfeccionista, que si no me sale igualito, me cabreo...), así que me pareció bien intentar acercarme a la manera de hacer de un modo que, en los libros, no se ve igual, por muy bien que te lo expliquen. Así que, con la tontería, ya he estado en tres cursos de la escuela, y en otros dos organizados fuera, en el centro comercial ABC Serrano, y lo cierto es que ando fascinada con la candidad de cosas que he aprendido. Sigue imponiéndome muchísimo la pastelería y la bollería, soy consciente de mis limitaciones, pero aunque jamás logre que mis tartas salgan tan perfectas, o me de pereza ponerme a hacer macarons, podría hacerlos, y, lo que es mejor, en el camino he disfrutado mucho y he aprendido un montón de cosas que no sabía y que podré aplicar en otros terrenos, o a ideas mías. 

Ayer estuve en el último, precisamente de tartas. De las de toda la vida, las clásicas, de trufa, de manzana, de San Marcos y de limón. Ver ante tus ojos cómo aparecen de la nada las tartas con las que te has criado  y has cumplido años desde que eras una cría es una experiencia única. Y probarlas, y constatar que saben exactamente igual que las de la tienda, impactante. Si añadimos el buen ambiente de los cursos, lo bien organizados que están (con Sara Venegas y Ricardo Lence al frente, siempre atentos a que todo funcione como la seda), una puede hacerse adicta... como es el caso. 

Si os interesa, os dejo el link con información de los últimos cursos. Después del verano, volverán.

Y yo con ellos... :-)

(La foto la he tomado prestada del FB de Viena Capellanes, porque en las mías yo no salgo, claro...)